Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
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LA SOMBRA DEL CACIQUE
Fue, precisamente, después de misa de doce de mi primer domingo, cuando un grupo de chicas de dieciocho a ‘veintitantos’ años, vinieron a saludarme y a presentarse. Me hablaron de sus planes para las tardes del domingo y las fiestas, y me invitaban insistentemente a que las acompañara.
De entre todas ellas se destacaban tres: Mª Victoria, Mª Asunción y Mª Eugenia. Eran hermanas y, aparentemente, lideraban el grupo. Vestían bien, aunque sin gusto, según mi criterio, y eran muy simpáticas. Me hablaron de tardes de cine, si la película merecía la pena. De tardes de Casino, donde actuaba una orquesta, “con un vocalista muy guapo, que cantaba como los ángeles los bailables de moda”. En fin que parecía que en aquel aparente ‘desierto’ había un ‘oasis’ cerca: La Villa. Confieso que comencé a animarme y, por supuesto, antes de ir a comer a casa quedé con ellas para las cinco de la tarde. Pasó Julia sin detenerse. Y me llamó la atención que, siendo una joven como las demás, fuera la única que no se acercó al grupo. Pensé que, tal vez, tendría sus razones…
A las cinco de la tarde, más o menos, me uní a los jóvenes del pueblo, chicos y chicas, para todos juntos, recorrer los escasos dos mil metros que nos separaban de La Villa, donde había lugares de diversión, casi, como en mi Ciudad. El paseo fue animado. Las chicas hablaban de muchachos que conocían y que yo no había visto todavía. Cada una de ellas tenía, al parecer, un amor secreto y bromeaban entre ellas. Hablaban de Carlos, Fernando, Rubén, Miguel, etc. “Ya se los presentaremos. Aunque suponemos que a usted no le gustarán porque, tal vez, en su Ciudad dejó un amor…”Les dije que no tenía ningún amor…Y en bromas añadí, que si alguno de sus chicos me gustaba, sería una firme competidora. Rieron mi salida, y ya nos adentrábamos en la Plaza Mayor de La Villa.
Decidimos ir a bailar al Casino, porque las películas que ponían en los dos cines que había eran antiquísimas: en blanco y negro, y mudas. Me llamó la atención el local que ‘pomposamente’ recibía el nombre de Casino. Yo me había imaginado que sería un salón lujoso donde habría una selección de público como en el de mi Ciudad. Nada más lejos de la realidad. Las mujeres pasábamos sin pagar, con la condición de que deberíamos bailar con todos los chicos que nos solicitaran un baile, porque para eso ellos habían pagado, y nosotras no. Esa ‘condición’, en principio, ya no me gustó.
Mª Victoria y Mª Asunción tenían mucha aceptación en el Casino. De hecho, no perdieron ni un solo baile. Con chicos diferentes, eso sí. Mª Eugenia, la hermana pequeña, estuvo con el mismo chico toda la tarde. “La barca”, “Camino verde”, “El reloj”, “Corazón”, etc. Cierto que el atractivo vocalista tenía ‘voz de bolero’: melodiosa y bien timbrada. Idónea para estas canciones tan románticas. Leonor y yo, permanecíamos sentadas en una mesa cerca de la pista de baile, bebiendo un refresco y mirando cómo bailaban los demás.
No nos apeteció bailar con un par de chicos que vinieron a invitarnos, y menos mal que parecía que eran educados y no ejercieron sus derechos, porque si hubieran insistido, hubiéramos tenido que bailar con ellos, o abandonar el local. Por fin me atreví a preguntarle a Leonor algo que estuvo intrigándome todo el día:
_Leo, ¿Por qué Julia no ha venido con nosotras esta tarde, y por qué esta mañana tampoco se juntó, después de misa? Tiene aproximadamente nuestra edad y está soltera. Me lo dijo ella el día que llegué aquí.
_Es que las ‘Calderonas’ están enfadadas con ella_. Respondió tímidamente.
_Pero, ¿quiénes son las ‘Calderonas’?_, pregunté.
_Son las tres hermanas, Mª Victoria, Mª Asunción y Mª Eugenia. Julia está sola. Ni en Álamos, ni en todo este valle se la mira con buenos ojos.
_¿Ha cometido algún crimen, o qué?_ insistí.
_No, no. ¡Qué va! No ha cometido ningún crimen.
Ante su silencio no quise insistir, pero seguí intrigada. Salimos a bailar con dos jóvenes, bastante atractivos, que nos solicitaron aquel bolero maravilloso: “Hoy mi corazón se llena de amargura, porque muy pronto tu barca va a partir, a navegar por esos mares de locura, cuida que no naufrague tu vivir…”, se oía la bonita voz del cantante. Me sorprendió saber que mi pareja de baile se llamaba Rubén, y me preguntaba si sería el que habían mencionado las chicas durante el camino. Sólo faltaba que fuera el preferido de alguna de ellas y se enfadaran conmigo. Bailamos toda la noche y quedamos como amigos.
Durante el regreso a Álamos me enteré de que, efectivamente, mi atractivo bailarín de aquella noche, era el amor secreto de Sabina. La tranquilicé diciéndole que seguramente lo que le había atraído de mí sería la novedad y que no se preocupase, que yo no sería ningún obstáculo entre ellos. Sabina era la hermana del sacerdote de Álamos. Vivían en La Villa. Llegó a ser una de mis mejores amigas.
_No tiene nada que ver, si la prefiere a usted. En realidad él a mí no se me ha declarado. Soy yo la que me estoy haciendo ilusiones_, me contestó
Hoy, hace dos meses que descendí del autobús ‘La Línea’ que me dejó en medio de la nada, así me lo pareció entonces, y ya estoy perfectamente adaptada al ambiente

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